La brecha de aprobación en América del Norte

11 de noviembre, 2025

DEFOE

Qué revelan los agregadores cuando aprobamos al líder, pero dudamos del rumbo del país.

En las tres democracias de América del Norte —Estados Unidos, México y Canadá—, los datos del Agregador Defoe muestran una constante: los ciudadanos mantienen su aprobación hacia el liderazgo, pero pierden confianza en el rumbo del país.

Esta diferencia no es un error metodológico ni una paradoja política. Es una señal estructural que combina dos dimensiones distintas de la opinión pública:

  1. cómo los ciudadanos evalúan la gestión personal del gobernante;
  2. cómo perciben el contexto general de su país.

Y, desde la teoría política, también refleja una estrategia racional de los votantes: mantener al líder que minimiza los costos de cambio, mientras se ajusta el equilibrio de poder en niveles donde el riesgo es menor.

1. Dos preguntas, dos niveles de medición

En los agregadores Defoe, la diferencia entre aprobación presidencial y dirección del país surge de su propio diseño:

La aprobación mide una evaluación individual (“¿aprueba la forma en que el presidente está haciendo su trabajo?”). Tiende a ser más estable y depende del desempeño percibido, el carisma o la competencia.

La dirección del país mide un estado de ánimo colectivo (“¿cree que el país va por buen camino o por mal camino?”). Es más volátil, influida por precios, seguridad, incertidumbre o contexto internacional.

En términos de encuesta, se trata de series con distinta sensibilidad temporal: la primera es un promedio de confianza; la segunda, un termómetro de humor social.

2. Qué explica la brecha: los efectos medibles

  1. Efecto temporal: las percepciones de rumbo reaccionan antes a los eventos coyunturales; la aprobación tarda más en moverse.
  2. Efecto de atribución: en sistemas federales, la ciudadanía reparte culpas. Se puede aprobar al presidente, pero considerar que el país va mal por factores fuera de su control (Congreso, gobiernos locales, economía global).
  3. Efecto de expectativas: las preguntas de rumbo mezclan diagnóstico y deseo; cuando la esperanza de mejora se debilita, el índice cae aunque la gestión no empeore.

3. El caso estadounidense: cómo se refleja en los datos

En Estados Unidos, la brecha alcanzó su punto máximo en el otoño de 2025.

Tras más de cuarenta días de parálisis presupuestal, el Senado aprobó el acuerdo que puso fin al apagón del gobierno federal, y la Cámara de Representantes se alistó para ratificarlo. El shutdown había afectado pagos, servicios y confianza institucional: un golpe directo a la percepción de “buen rumbo”, aunque no necesariamente a la evaluación personal del presidente.

Pocos días después, las elecciones locales del 4 de noviembre reequilibraron el tablero:

  • Virginia: la demócrata Abigail Spanberger ganó la gubernatura frente a Winsome Earle-Sears.
  • Nueva Jersey: Mikie Sherrill derrotó al republicano Jack Ciattarelli.
  • Nueva York: Zohran Mamdani se impuso a Andrew Cuomo y Curtis Sliwa.

Los resultados confirmaron lo que anticipaban los agregadores: el electorado mantiene su evaluación del presidente, pero corrige localmente lo que percibe como desbalance del sistema. No busca colapsar el gobierno federal, sino restaurar un equilibrio político territorial.

4. La interpretación racional: cómo deciden los votantes

El comportamiento descrito por los datos puede leerse también desde la lógica del voto racional bajo riesgo.

Cada ciudadano pondera tres elementos: la utilidad de mantener al líder, la utilidad de cambiar el rumbo y el costo percibido de hacerlo.

Cuando el liderazgo conserva cierta confianza —porque se percibe como competente o estable—, pero el país enfrenta incertidumbre, el votante evalúa que el riesgo de un cambio total puede ser mayor que el beneficio inmediato de reemplazo.

Por eso mantiene su apoyo personal al gobernante (una especie de “voto de estabilidad”) mientras expresa su descontento con el contexto nacional a través de otros canales: pesimismo en encuestas, voto local opositor o abstención estratégica.

En términos de teoría de juegos, este comportamiento funciona como un equilibrio adaptativo: los votantes ajustan sin romper. No eliminan al actor principal, pero envían señales de corrección —como los resultados de noviembre— para modificar su comportamiento.

La brecha entre aprobación y rumbo es, entonces, una forma de comunicación: una señal colectiva que transmite frustración sin generar una ruptura institucional.

5. Tres matrices para tres países

  • EE. UU.: alta polarización y fuerte aversión al riesgo de “cambio completo” hacen que los votantes ajusten en lo periférico (estados) sin retirar todo el apoyo al presidente.
  • México: buena aprobación del líder significa que la utilidad de estabilidad (mantener al gobierno) sigue alta, pero la utilidad del rumbo sigue rezagada porque los votantes descuentan limitaciones estructurales.
  • Canadá: en la etapa inicial del mandato de Mark Carney, la aprobación personal está condicionada por expectativas; la baja de “rumbo” indica que el optimismo requiere evidencia tangible para elevarse.

6. Por qué importa

Para los gobiernos: una brecha amplia advierte sobre el desgaste invisible: puede mantenerse la aprobación, pero si el “buen rumbo” no mejora, el consenso se vuelve frágil.

Para las oposiciones: la oportunidad surge cuando la población percibe que cambiar el rumbo no implica un riesgo excesivo.

Para los analistas: las series combinadas de aprobación y rumbo funcionan como un sismógrafo de estabilidad: cuanto mayor es la distancia, mayor es la tensión política.

En síntesis

La brecha entre aprobación y percepción de rumbo es, al mismo tiempo, un fenómeno metodológico y un comportamiento racional.
Las encuestas la detectan porque miden dimensiones distintas; la teoría la explica porque describe cómo los ciudadanos actúan bajo riesgo y costos de cambio.

En 2025, América del Norte ofrece un laboratorio claro:

  • En Estados Unidos, los votantes castigaron sin romper;
  • en México, mantienen al liderazgo pero expresan cautela;
  • en Canadá, esperan evidencia antes de otorgar optimismo.

No es incoherencia: es un equilibrio racional dentro del clima de opinión pública.
El ciudadano promedio distingue entre la confianza en una persona y la confianza en el sistema.

Esa distancia define el grado de estabilidad política que una sociedad puede sostener antes de volver a ajustar su equilibrio.

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